Gustavo Mas
PADE de Inalde
El respeto nos eleva como seres humanos. Es uno de los rasgos distintivos de la civilización, quizás la piedra basal del entendimiento y de la libertad. Como toda cualidad humana presenta el riesgo de que, llevada a un extremo, se transforme en otra cosa. La obsecuencia, podría ser el caso. Cuando el respeto bordea la sumisión se desnaturaliza; si es una condescendencia servil, queda condicionado por la intencionalidad. También es posible que un respeto excesivo, teñido de veneración, promueva silencios y abrigue temores. Las conversaciones inhibidas en estos escenarios privan de riqueza a las relaciones y limitan el desarrollo personal. Cuando el respeto domina se nota.
El aire es limpio. Se respira y se siente. Contrariamente a lo que se piensa, no es necesario hablar de él. Es una condición con la cual se vive con naturalidad. La obsecuencia, en cambio, es algo forzado, es una posición incómoda. No la observa quien no quiere verla y el peligro es caer en la trampa. Las jerarquías condicionan. Las diferencias generacionales plantean un desafío. Desde el lenguaje y lo corporal, pasando por las emociones asociadas, se configura una combinación de cuestiones que vale la pena distinguir. En este quinto capítulo de la serie Distinciones te invito a analizar juntos este tema.
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