Retomando el control

Responder honestamente a la pregunta “¿por qué estoy aquí?” exige revisar las decisiones pasadas sin indulgencia ni culpa, sino con lucidez. ¿Aceptamos un rol por oportunidad o por convicción? ¿Mantenemos un cargo porque aún nos reta o porque tememos al cambio? No se trata de una revisión nostálgica, sino de un ejercicio de liderazgo personal: el mismo rigor que aplicamos al analizar una estrategia corporativa debemos aplicarlo a nuestra estrategia de vida.

El verdadero liderazgo comienza por uno mismo. Retomar el control de la propia carrera no es un acto impulsivo ni reactivo, sino un ejercicio de claridad y visión. Implica establecer prioridades reales —impacto, propósito, crecimiento, equilibrio— y tomar decisiones alineadas con ellas. Tan importante como decir “sí” a nuevas oportunidades es decir “no” a caminos que nos alejan de lo que realmente importa.

Este proceso requiere método. No basta con desear un cambio: hay que diseñarlo. Un plan de acción claro, el acompañamiento de mentores o expertos, la ampliación de redes profesionales, la búsqueda deliberada de experiencias transformadoras —dentro o fuera de la organización— son pasos concretos hacia una carrera con sentido. Pero también exige coraje: cuestionar las inercias, afrontar el costo del cambio y abrazar la incertidumbre como parte del proceso.

En un entorno que celebra la adaptación continua y la mejora permanente, la capacidad de pausar, reflexionar y redirigir el rumbo se convierte en una ventaja competitiva. Los profesionales que alinean sus decisiones con su propósito no solo son más efectivos, también son más resilientes, más creativos y comprometidos. Saben hacia dónde van y por qué.

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Recuperar el timón de la propia trayectoria implica revisar también los indicadores que usamos para medir el éxito. Tal vez no sea solo la posición alcanzada o el salario logrado, sino la capacidad de generar impacto, mantener la coherencia y construir relaciones significativas en el proceso. El éxito deja de ser una meta externa para convertirse en una vivencia interna.

No se trata de abandonar todo, sino de reconectar con aquello que nos dio impulso en un comienzo. De volver a preguntarnos qué queremos aportar y qué tipo de huella deseamos dejar. Porque cuando hay dirección, las decisiones ya no se toman por costumbre, miedo o presión externa. Se toman con libertad.

Y esa libertad es, en última instancia, la base de toda carrera verdaderamente extraordinaria.