Ganar o Perder. Tener éxito o fracasar

De la serie distinciones: Ganar o perder. Tener éxito o fracasar

06/06/2025

Gustavo Mas
PADE de Inalde

La distinción que les propongo analizar en estar tercera entrega tiene que ver con algo con lo que convivimos a diario. Lo que hacemos bien y lo que nos sale mal. La confrontación permanente con los resultados de nuestro actuar. Si bien en algunos deportes, y en la vida también podría aplicar, el empate es un resultado posible, la mayoría de las veces nos enfrentamos con la dicotomía de ganar o perder. Esto genera presión, estrés, ansiedad y, a depender del desenlace, alegría y excitación o tristeza y depresión. Vivimos entre esos extremos.

Además, el hecho de que la velocidad de nuestro devenir parece haberse incrementado, hace que casi no haya tiempo para celebrar los triunfos o para hacer el necesario duelo de las derrotas. En ese flujo continuo, podríamos perder el rumbo, dejar caer cosas importantes en nuestras relaciones personales y profesionales, hacernos daño y dañar a otros. Si la ambición es el equilibrio, ¿Cómo podríamos alcanzarlo apropiándonos de esta distinción? Te invito a transitar juntos este camino.

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Las expectativas

El peso de las expectativas es enorme. Diría que tienen tal poder, que pueden teñir del color que sea cualquier resultado. Me explico. Grandes expectativas pueden configurar un fracaso, aunque el resultado haya sido positivo. Expectativas bajas podrían hacer que te conformes, aunque la derrota se haya impuesto. Las expectativas tienen un efecto sobre la satisfacción tan grande como los resultados. Es por esto, que deviene fundamental trabajarlas.

Como es algo previo al desarrollo, pueden construirse, modelarse, vincularse a los planes y a las acciones. Pensar en escenarios también es valioso. Hacerse preguntas sobre las posibles consecuencias, buenas o malas, suele aportar en la citada construcción. Si el desarrollo es en equipo, de tus propias expectativas a las expectativas compartidas, hay un tránsito que vale la pena desandar. Alcanzar las expectativas marca una de las líneas para distinguir éxitos de fracasos, más allá de los resultados.

Cuando hablo de expectativas no me refiero a la esperanza o las creencias. Me refiero al concepto de lo que es dable esperar, a las posibilidades, a las eventualidades. Muchas veces escuchamos la expresión “mentalidad ganadora” y podríamos asociarla a un alto nivel de expectativas, aunque no necesariamente. Tener una postura ganadora se sustenta principalmente en la confianza o autoconfianza.

La confianza la aportan los conocimientos, la práctica, el saberse capaz, el contar con las capacidades necesarias. Las expectativas se fundan muchas veces en lo que deseamos o necesitamos y desde aquí comenzamos a construir nuestra frustración si al final no conseguimos lo que pretendemos. Al entrar en el campo, de tu vida o de tu trabajo, pregúntate por tus expectativas, explicítalas, fundaméntalas. Estarás dando el primer paso hacia el éxito.

Las condiciones

Las condiciones ponen el marco. A depender de las circunstancias, tienen un peso desproporcionado, inmanejable. Definen y limitan el poder, entendido como capacidad de hacer. El saber, los conocimientos, son fundamentales. El querer, la voluntad como determinación, es esencial. Sin embargo, las condiciones acaban delineando las posibilidades y las restricciones. El actuar de otros, el funcionamiento del sistema en el cual actúas, el propio medio ambiente o la naturaleza en un sentido más amplio, presentan ambivalencias que podrían potenciar o coartar tu desempeño.

Reconocer este elemento es clave. Podrías preguntarte ¿Qué condiciones limitan tu actuar, tu rendimiento, que alcances tus objetivos? ¿Puedes influir en ellas, alterarlas, ponerlas a tu favor? Siendo consciente de las limitaciones, podrías actuar para removerlas, para generar mejores circunstancias. Por ejemplo, una acción potente es el pedir. Pedir lo que te falta, lo que no tienes, lo que completa, lo que necesitas. Un pedir sincero, compartiendo inquietudes, acordando requisitos y prestaciones podría darte un impulso inusitado. Por otro lado, en una conversación o negociación, explicitar tus limitaciones o debilidades desde el inicio, podría facilitar la exploración conjunta de opciones. Estas y otras iniciativas pueden alterar las condiciones y sus impactos.

La temeridad no sería recomendable. Ir a darse la cabeza contra la pared suele terminar mal. Los impulsos no son buenos consejeros. Perder y fracasar podrían alinearse como desenlace más probable. Altera esta lógica. Abraza los condicionamientos como inherentes. Siempre están allí. Identifica las causas y, principalmente, la causa raíz.

Pregúntate una, dos, tres, cuatro y cinco veces por qué. De esta forma llegarás al núcleo de lo que te inhibe, de lo que te mantiene coartado y confinado. El ver con claridad, el iluminar el momento, es una gran parte de la propia superación y de sentirte habilitado para salvar las condiciones. Es el primer triunfo que habilita alcanzar la victoria definitiva.

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Lo que está en juego

La tercera referencia importante para considerar es lo que está en juego en cada paso o movimiento. Lo económico enseguida destaca. Pero también están los factores relacionales que pueden pesar mucho. Si visualizas que lo que está en juego es pesado, podría no dar lo mismo ganar que perder. Y aunque puedas leer la derrota como un ganar, muchas veces el daño sufrido es irreparable. Lo que está en juego podría tener tal relevancia que determine la necesidad de un solo resultado posible y aventurarse en este escenario tal vez no sea lo mejor. Si bien, como se dice, los partidos hay que jugarlos y siempre hay una conversación que vale la pena tener, a veces el detenerse a tiempo es lo más conveniente. Es ganar tiempo. Es un triunfo por sobre los propios impulsos. Sería una ganancia para configurar una oportunidad más apropiada.

Quizás la pregunta que cabe hacerte es ¿En qué medida el resultado se puede revertir? Frente a la irreversibilidad, máxima prudencia. Nada se compara con la frustración de haber roto algo que no tiene arreglo. Y aunque coincido con la afirmación de que no puede volverse el tiempo atrás, hay acciones y resultados que podrían revertirse y con ello sus efectos. Elabora sobre este punto. Volver atrás, volver a empezar, darle la vuelta a un problema complejo o a un desafío, podría ser posible si has tenido la precaución de dejar esa puerta abierta.

Retornar a tu eje

Las emociones asociadas a ganar y perder son fuertes. Alegría y desazón. Excitación y depresión. El éxito y el fracaso pueden hacernos trampa. Un éxito obvio, a costa del otro, desproporcionado, injusto, puede producir una satisfacción pasajera, efímera. Un fracaso trabajado, esforzado, ponderado, puede generar un conformismo positivo, un contentarse amable con uno mismo, por el confort de haberlo intentado seriamente. El resultado es un instante, en oposición al flujo vital propio y de las relaciones personales y profesionales que se asemejan más a un ciclo en evolución permanente. El secreto está en hacerse fuerte en el proceso. Si haces las cosas bien, los resultados vendrán solos. Y si no vienen, tendrás la tranquilidad y el sosiego de haberlos perseguido con determinación.

El día o el instante después de la más resonada victoria o de la más estruendosa derrota, es esencial retornar a tu eje. Trabaja tu estrategia para retornar al equilibrio propio y en tus relaciones. Es posible hacerlo desde tus pensamientos, liberándote de todos aquellos relacionados con el hecho, pero esto a veces se hace difícil. Intenta desde tu emocionalidad, identificando cosas o situaciones que te traigan paz y serenidad.

¡Promuévelas! Poner el cuerpo en determinadas condiciones, es un gran activador de una emocionalidad positiva. Terapias de relajación, silencios, caminatas o actividades físicas livianas son energizantes. El lujo de un amigo confidente o la espiritualidad como refugio son factores que están siempre a la mano.

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100% Interpretación

Para finalizar podríamos decir que distinguir entre ganar y alcanzar el éxito o perder y fracasar es una cuestión de interpretación. La capacidad de interpretar los hechos, las situaciones, con sus condiciones y circunstancias, es una característica constitutiva del ser humano, de quien es observador y se ubica en una posición efectiva para observar. Es poder hacer una lectura de la realidad, parcial, seguramente sesgada, pero al mismo tiempo única, propia e interesada, porque importa.

Quizás el indicador individual más representativo de esta distinción, no el único, pero el que considero más destacado, es el nivel de aprendizaje que te ha dejado cada experiencia. Es que ese aprendizaje ya hace parte de ti. Nadie podrá quitártelo. Los laureles del éxito pronto se desvanecerán, así como también la angustia del fracaso que tanto quisiste evitar. Los aprendizajes, en cambio, iluminarán el resto de tu vida, dando forma a lo podrías considerar tu mejor versión, siempre.

¿Qué son las distinciones?

Distinguir es reconocer las diferencias que existen entre las cosas y los pensamientos. Es un acto, es una acción de percibir algo como particular y tratarlo, a partir de esa noción, como diferente. Es una postura que tiene que ver con descubrir, con iluminar, con llegar al fondo de una cuestión. Una profundización que habilita y un hallazgo que impulsa. Las distinciones marcan un punto de inflexión desde que las identificas. Desde ese momento y para siempre.

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