Inteligencia Artesanal

Inteligencia artesanal

29/09/2025

Carlos Francisco Restrepo Palacio
PDD de INALDE

Un artesano es maestro de la transformación. Toma lo simple y lo vuelve único. Usa lo que sabe, lo que imagina, lo que siente, lo que recuerda. Crea desde sus limitaciones y fortalezas. Con paciencia, pasión y sabiduría, su obra transmite identidad, valor y belleza. Todo artesano es artista, y todo artista, artesano. Su labor conserva siempre un valor artesanal que lo distingue.

¿Puede decirse lo mismo de la inteligencia artificial (IA)? Aunque poderosa y útil, la IA es otra cosa. Su impacto es enorme: un estudio de Harvard y el Banco de la Reserva Federal de St. Louis indica que, dos años después del lanzamiento de ChatGPT, el 39 % de los adultos estadounidenses ya había usado IA generativa. En comparación, Internet tardó cinco años en alcanzar el 20 %.

Figuras como Bill Gates han advertido sobre su potencial para reemplazar empleos. Elon Musk fue más allá: “Llegará un punto en el que no se necesitará ningún trabajo”. Geoffrey Hinton, pionero del aprendizaje profundo, expresó su preocupación por los trabajos rutinarios. Incluso Sam Altman, CEO de OpenAI, reconoció que muchos trabajos desaparecerán.

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Estamos ante una nueva revolución industrial. La pérdida de empleo puede generar impactos graves, no solo económicos, sino emocionales y sociales. Porque el trabajo, además de sustento, es medio de expresión, realización y salud mental. Un estudio del MIT Media Lab encontró que usar ChatGPT para redactar ensayos disminuye la actividad cerebral vinculada a la creatividad, la memoria y el pensamiento crítico. Aquí surge la necesidad de rescatar lo artesanal como parte del pensamiento humano.

Sundar Pichai, CEO de Google, advirtió que la tecnología evoluciona más rápido de lo que nuestras instituciones pueden adaptarse. ¿Quién podrá guiarnos en esta transición?

Una respuesta optimista la da Fei Fei Li (Universidad de Stanford): “La IA no va a reemplazar a los humanos, pero los humanos con IA reemplazarán a quienes no la usen”. Esto sugiere que la IA debe verse como herramienta, no como reemplazo, y que su integración puede potenciar nuestras capacidades.

Sin embargo, esto implica enormes desafíos. Según la Unesco, solo el 26.9 % de la población colombiana tiene educación superior completa, frente al 40.4 % de los países OCDE. Si aprender a usar la IA ya es un reto para personas con formación, ¿qué pasará con quienes no la tienen?

Aquí el sistema educativo tiene un rol clave. No basta con enseñar a usar la IA: hay que enseñar a pensar, a discernir, a imaginar, a conectar ideas. Necesitamos fortalecer el pensamiento crítico y creativo desde edades tempranas.

También es un desafío para las organizaciones, sus líderes y las áreas de talento humano. Los líderes deben preguntarse: ¿cómo diferenciarse cuando todos usen IA? No basta con adoptarla, hay que reflexionar sobre su propósito, sobre cómo potenciar el factor humano en medio de la automatización.

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Las áreas de talento no deben limitarse a incluir habilidades blandas en las descripciones de cargo. Deben rediseñar el trabajo mismo, impulsar entornos que valoren la empatía, la intuición, la colaboración, la creatividad. Esas son las capacidades que debemos cultivar, porque son difíciles de replicar por algoritmos.

La historia de Dorothy Vaughan, retratada en la película Talentos Ocultos, es inspiradora y nos muestra el camino. Cuando la llegada de la computadora IBM ponía en riesgo su empleo en la NASA, no se paralizó: aprendió a programarla, y creó nuevos roles para ella y otras personas. El factor humano hizo la diferencia.

Esa diferencia puede estar en nuestra capacidad de hacer lo extraordinario a partir de lo ordinario. En la imaginación, la intuición, la valentía, la resiliencia, el humor, la compasión. En cómo nos relacionamos, tomamos decisiones, o actuamos frente a lo inesperado. Y en la capacidad de combinar todos esos recursos.

A eso me refiero cuando hablo de Inteligencia Artesanal: una inteligencia que nace del ser, no solo del saber. Que transforma, que conecta, que inspira. Que es creativa y también cuidadosa. Que sabe cuándo avanzar y cuándo detenerse. Que siente, que duda, que sueña.

Preservar el factor humano será un propósito colectivo. Y será un valor diferencial en el mundo por venir. Frente a la robotización y la automatización, un gesto humano —una sonrisa, una palabra, un abrazo— puede tener un poder inmenso.

Porque por más que la IA dé respuestas, no puede reemplazar nuestra necesidad de conexión, de comprensión, de crear y compartir lo que imaginamos. Esa es nuestra esencia y nuestro mayor poder. Eso eso lo que nos hace humanos.

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