
La conciencia que vence al ego
16/11/2025
Carlos Francisco Restrepo Palacio
PDD de INALDE
“Nuestro miedo más profundo no es que seamos inadecuados.
Nuestro miedo más profundo es que somos poderosos sin límite.
Es nuestra luz, no la oscuridad lo que más nos asusta.
Nos preguntamos: ¿quién soy yo para ser brillante, precioso, talentoso y fabuloso?
En realidad, ¿quién eres tú para no serlo?
Eres hijo del universo.
El hecho de jugar a ser pequeño no sirve al mundo.
No hay nada iluminador en encogerte para que otras personas cerca de ti no se sientan inseguras.
Nacemos para hacer manifiesto la gloria del universo que está dentro de nosotros.
No solamente algunos de nosotros: Está dentro de todos y cada uno.
Y mientras dejamos lucir nuestra propia luz, inconscientemente damos permiso a otras personas para hacer lo mismo.
Y al liberarnos de nuestro miedo, nuestra presencia automáticamente libera a los demás”.
— Marianne Williamson
Este poema, citado por Nelson Mandela en su discurso de posesión como presidente de Sudáfrica en 1994, resume una poderosa idea de lo que es liderazgo: liberar nuestros recursos internos para ser mejores y ayudar a otros a serlo. Desde la primera vez que lo escuché, conecté con su mensaje. Sin embargo, también percibí una contradicción: muchas personas se ven a sí mismas como brillantes o poderosas, pero no iluminan a otros; incluso, dejan oscuridad a su paso.
Reflexionando, entendí que el conflicto está entre Conciencia y Ego, y siempre uno predomina. Mandela nos invita a elegir la conciencia.
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El ego se disfraza de poder, saber, tener o parecer. Distorsiona nuestra percepción, nos impide asumir responsabilidad, se adueña de los logros y culpa a otros por los fracasos. Nos vuelve inseguros y dependientes de la aprobación externa. No es que lo material, los títulos o la apariencia carezcan de valor, pero debemos preguntarnos: ¿dependemos de ellos para sentirnos valiosos?
La conciencia, por el contrario, aclara el pensamiento, nos hace más presentes, responsables de lo que pensamos, sentimos y hacemos. Amplía nuestras posibilidades sin arrogancia, y nos ayuda a conectar con nuestras aspiraciones más profundas, dotándolas de sentido.
Una reflexión atribuida a Gandhi lo resume bien:
“Cuida tus pensamientos porque se volverán actos.
Cuida tus actos porque se harán costumbre.
Cuida tus costumbres porque formarán tu carácter.
Cuida tu carácter porque formará tu destino.
Y tu destino será tu vida”.
Esto también es un llamado a ser más conscientes.
El ego no nos permite ver que la verdadera fortaleza de un líder no reside en el poder que le otorgan, sino en su capacidad de prescindir de él y aun así ser seguido. A eso se le llama autoridad, y proviene del Ser, de esa luz interior que citaba Mandela.
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Un principio básico: quien ostenta poder no necesariamente tiene autoridad, pero quien tiene autoridad siempre tendrá poder. Por eso Gandhi decía: “Procura ser tan grande que todos quieran alcanzarte, y tan humilde que todos quieran estar contigo”. Eso es autoridad.
Para tener mayor autoridad, el líder debe elevar su nivel de conciencia. No es fácil, pero en el camino se notan efectos visibles:
- Comienza a reconocer sus propios paradigmas y a moderar su influencia.
- Mejora su comunicación, escucha más y usa el lenguaje con intención.
- Se vuelve más coherente, reflejando de forma consistente sus valores.
- Encuentra equilibrio.
- Disminuye su deseo de poder y aumenta su vocación de servicio.
Un líder consciente entiende que la experiencia no es solo lo vivido, sino lo aprendido. Está vinculado con un propósito superior y permite que este lo trascienda. Inspira no por su cargo, sino por su compromiso genuino. No busca controlar todo; al contrario, reconoce lo que escapa de sus manos y se enfoca en lo que sí puede transformar.
Entiende la diferencia entre tener y merecer. Se esfuerza por ser digno, no solo receptor. Valora lo que ha ganado, pero no se aferra. Sabe que su labor transformadora empieza en sí mismo y nunca termina.
El camino hacia la autoconciencia exige paciencia y constancia. No siempre es exitoso, y en muchos casos no se llega a la meta. Pero, como todo en el liderazgo real, el valor está en intentarlo.
En este viaje, el maestro nunca deja de ser discípulo. Pero no todo discípulo llega a ser maestro. La batalla entre conciencia y ego se parece a la de Belerofonte contra la Quimera: el monstruo puede ser dominado, pero exige valor, constancia, las herramientas adecuadas… y tal vez, un poco de ayuda divina.
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