Gustavo Mas
PADE 2013
Sobre los distintos tipos de conversaciones, en particular las que llamo “conversaciones esenciales”. Lo que cada una pone en juego. Las emociones que emergen. Los riesgos y las posibilidades. Las distinciones que marcan la diferencia. En esta primera entrega el Pedir. Cuándo y cómo hacerlo. Un resultado favorable que habilita. Una negación que podría llevar a la frustración o promover aprendizajes. Cómo aumentar las chances de éxito y de ser mejor.
Nuestra humanidad es frágil. Comparada con algunos animales, la raza humana requiere un acompañamiento vital de los progenitores durante varios años. Una vez que superamos ese umbral, comenzamos el camino de la autonomía y de la independencia. Sin embargo, la interrelación es un factor clave para el desarrollo humano en las siguientes etapas de crecimiento. El aprendizaje, a partir de la transferencia de conceptos, es fundamental en los primeros pasos. La imitación de comportamientos también es fuente de evolución. Luego, la propia búsqueda del conocimiento y la reflexión completan el ciclo de incorporación de herramientas conceptuales, relacionales, habilidades del hacer e inclusive nutren el talento para crear cosas nuevas.
En todo ese trayecto que supone la vida misma, las posibilidades individuales suelen toparse con los límites de la propia singularidad. La capacidad de hacer de una persona podría escalar prácticamente hasta el infinito si se integra socialmente al proceso de construcción conjunta, coordinando acciones y sumando esfuerzos. De esta forma, en el día a día encontramos múltiples limitaciones que decidimos superar a partir de la ayuda y colaboración de otros. En este escenario es que se configura la conversación que hoy atrae nuestra atención: el Pedir.
Iniciativa y movimiento.
Cabe hacerse un par de preguntas antes de tomar la iniciativa: ¿Lo que has de pedir, es algo que realmente necesitas? ¿Es algo que no puedes proveerte por tus propios medios? El destinatario de tu pedido, ¿está en condiciones de concederte lo que has de solicitarle?
Si las respuestas fueran positivas, haría sentido el ejercicio de pedir. Ahora bien, ¿cómo hacerlo, qué aspectos tener en consideración para aumentar las chances de tener éxito?
En todas las conversaciones, es relevante detenerse un momento para explicitar el contexto. Particularmente en este tipo de conversación, esos instantes iniciales de la charla podrían resultar determinantes. Posteriormente, transmitir con claridad lo que requieres es fundamental. En ese punto del intercambio, el decir a partir de hechos y afirmaciones podría combinarse con algunas preguntas, con el objetivo de relevar el entendimiento de la otra persona en relación a la situación planteada. Expresar qué te motiva a pedir sería valioso. A su vez, indagar sobre las inquietudes de la otra parte o sea, qué le genera el pedido, resultaría provechoso y podrías evaluarlo también a partir de sus propias reacciones.
La forma de estructurar el pedido tiene que ver con el nivel de necesidad y con la relación de poder. De un lado, implorar o suplicar, serían verbos que se refieren a situaciones de extrema necesidad y urgencia. En la otra dimensión, requerir o solicitar, podrían reflejar el peso de la jerarquía en la relación. La recomendación sería prestar atención al verbo que utilizas.
Verificar la interpretación de lo solicitado hace parte de las buenas prácticas del pedir. Al ser una acción que sale de nosotros mismos hacia la otra persona, existe la posibilidad de que no sea comprendida de forma cabal. Un malentendido en este punto, podría conducir a la negativa.
Siempre abrir el diálogo con un “por favor”.
Posibilidades y riesgos.
Las posibilidades que da el pedir pasan principalmente por completar, complementar y habilitar realidades y potencialidades las cuales, desde la carencia individual, serían muy difíciles o imposibles de alcanzar.
El espacio de los riesgos podría vincularse principalmente a la emocionalidad que se pone en juego al pedir. En cierta forma, pedir significa asumir la carencia de algo que se necesita y reconocer, en el mismo acto, la propia vulnerabilidad. Podría suceder que ese reconocimiento inhiba la acción. El temor a la negativa o al rechazo también podrían generar una autolimitación, o sea impulsarte a no pedir. La incertidumbre sobre una posible contraprestación o quedar “debiendo un favor”, podría igualmente cohibir la demanda.
El adecuado juicio sobre las posibilidades y riesgos tiene un momento inicial de ponderación y podría concluir con la negación de realizar el pedido. Luego, si avanzas con el mismo, el balance entre los dos elementos podrá verificarse como previsto o darse de una forma diferente y particular, dada la receptividad de la otra persona. En todo caso, desde el punto de vista propio, lo que podrías trabajar son las cuestiones que limitan la predisposición a pedir, que podrían inhibir o cohibir que realices un pedido. Luego, prepararte para los posibles escenarios en que derive la plática podría ayudar. Por ejemplo, ¿qué harías si la otra persona te pide algo a cambio? O comenzar creando contexto alrededor de tu necesidad y vulnerabilidad y apreciar los argumentos de la otra persona y, a depender de cómo resulte el diálogo, continuar con la conversación o interrumpirla.
Un tema a elaborar también es asistir al intercambio con la apertura necesaria para evaluar una contraoferta. Es decir, de pronto pides algo y te ofrecen otra cosa, tal vez no exactamente lo mismo, pero algo que podría resultar de utilidad para atender tu necesidad. Mantén esa apertura en la escucha y consideración de la devolución que recibas, inclusive abriendo un espacio temporal para analizar y responder sobre el ofrecimiento.
La reconstrucción desde una negativa podría no resultar sencilla e inclusive conducirte a habitar emocionalidades negativas como la resignación o el resentimiento. La negación a un pedido es uno de los resultados posibles del pedir. Es primordial incorporar esta noción. Se apela a la liberalidad de otro quien, no necesariamente, está con la predisposición o voluntad de acceder al pedido. El transitar la aceptación del resultado que alcances con un sentimiento de paz debería ser la aspiración. Abrazar la oportunidad y generar un aprendizaje de ese desenlace no debería ser desaprovechado.
Lo trivial y lo importante.
Un aspecto muchas veces menospreciado en este tipo de conversaciones y que, de otro lado puede tener un impacto no deseado en el propósito de la acción, es la oportunidad, el momento, la ocasión en la cual se realiza el pedido. Como decíamos más arriba, en los casos de extrema necesidad, el criterio dominante será el propio. En todos los otros casos, el sentido de oportunidad vinculado a quien debe conceder la cuestión o la cosa pedida, podría ser definitorio. Bastará iniciar la conversación en el momento errado para asegurar el fracaso del acto. Buscar el momento adecuado es muy significativo.
En el otro extremo de la consideración, se ubica el nivel de confianza que existe con la otra persona. Este es un aspecto destacado de las relaciones, que se construye con el tiempo y el cual no necesariamente está en el nivel adecuado al momento de iniciar la acción de pedir. Ahora bien, si este fuera el caso, la propia situación de pedir podría ser una oportunidad para reforzar o profundizar ese lazo de confianza. Hablar con el corazón, apelar a la buena voluntad del otro, hacerlo con una sana intención, por ejemplo, son actitudes que podrían elevar el nivel de la relación y transformarlo para siempre.
Vale la pena.
Si bien no es posible asegurar el éxito de antemano, el simple hecho de pedir algo que necesitas tiene el potencial de hacerte mejor persona. El no tener y necesitar, te hace más consciente de las limitaciones. Te hace ser más humilde. El sobreponerse a esa debilidad y exponerte frente a otros en una acción de pedir, te eleva a otra dimensión, a la de ser humano. Vale la pena el intento, de pronto la respuesta que recibas te sorprenderá. Eso sí, sea cual sea el resultado que obtengas, nunca dejes de agradecer.