Por: Carlos Francisco Restrepo, Gerente General Maximizar Equipo Consultor – PDD 2012.
Hace poco leí un artículo en el que se hacía mención a la hipótesis de la causación continua, del científico ruso Ilya Prigogine y desde allí se desarrollaban algunos interesantes argumentos sobre el concepto de la perfección.
Mi primera reacción frente a este asunto fue de confusión, no porque hubiera algo malo en la lógica presentada en el artículo, sino porque, de alguna manera me llevó a cuestionar nuestra propia responsabilidad frente al papel que tenemos como arquitectos de nuestra vida. ¿Si nada está en mi control, como puedo ser piloto de mi destino? ¿Si nada está bajo mi control, no me exime ello de toda responsabilidad sobre mis propias acciones?
Así que el texto me llevó a cuestionar si es válido hablar de "causalidad" y a preguntarme si es verdad que todo lleva un rumbo determinado o si determinamos nuestro rumbo. Y como una cosa lleva a la otra, tal cuestionamiento me llevó a concluir que, respecto de mi propia vida, solo haciéndome causa es válido hablar de causalidad.
Ahora bien, tal conclusión implica que yo creo firmemente que cosechamos lo que sembramos, no obstante, veo que es bastante probable que cosechemos algo diferente a lo que creíamos haber sembrado.
Frente a esto, empiezo por afirmar que estoy convencido de que nuestras decisiones y acciones nos llevan a un determinado lugar. Fuimos la causa, pero también el efecto. Es decir, donde hoy estamos, lo que somos, fue el resultado de las decisiones que tomamos en el pasado y de las acciones que consecuentemente hicimos. Y eso es así, aunque no todo haya salido como lo planeamos.
Nuestro ser siempre ha estado latente, pero es maleable, está en construcción y lo moldeamos nosotros mismos. Visto de otra manera, se podría decir que en el pasado fuimos una semilla de lo que hoy somos, y fueron nuestras decisiones las que hicieron germinar dicha semilla, y las que determinaron su crecimiento. Si el árbol creció y dio abundante fruto, si se convirtió en una maleza, incluso si se marchitó, es por causa nuestra.
Y esto es verdad, aún cuando no tengamos control sobre todo lo que pasa, aún cuando las circunstancias, lo que está fuera de nosotros, y la vida misma, nos enfrentan a diversas realidades, muchas de las cuales tratamos de evadir, aunque de todas formas nos llegan, sea que las queramos o no (tal vez en ello está la belleza de la vida, que nos confronta, que nos sacude, que nos exige y nos invita a exceder nuestras propias expectativas).
Volviendo a mi idea, creo que vale la pena considerar que:
Si no hemos llegado a donde apuntábamos, quizás es porque el viento (el contexto, la realidad) pudo haber soplado en un sentido diferente, nos puso barreras o nos golpeó de frente. Pero ¿supimos leerlo?, ¿afrontarlo?, ¿tuvimos la fuerza y las habilidades para sortearlo y mantener el rumbo?
Si no hemos llegado a donde apuntábamos, quizás es porque nos faltó constancia o convicción, o porque perdimos de vista el destino, o porque otro destino atrajo nuestra atención y decidimos avanzar en otra dirección.
Si no hemos llegado a donde apuntábamos, quizás es porque no fuimos conscientes de las consecuencias de nuestras acciones, no solo sobre nosotros mismos, sino sobre los demás y sobre el contexto que nos rodea. Así que no siempre las cosas salieron como lo esperábamos y terminamos en un camino diferente.
Si no hemos llegado a donde apuntábamos, quizás es porque en el camino cambiamos, y evolucionamos, y ese “lugar” a donde antes apuntábamos tal vez ya no tiene el mismo significado, ya no lo valoramos de la misma manera y ya no nos atrae. Así que buscamos otro rumbo.
Sin embargo, claramente nuestras decisiones y acciones fueron determinantes para traernos allí donde estamos hoy (y lo serán respecto de donde llegaremos a estar). Sin ellas, estaríamos en otro lugar.
Echar la culpa a las circunstancias (o a la suerte) de todo lo malo que hoy nos pasa, o de lo bueno, es errado y evade nuestra propia responsabilidad. Porque si bien las circunstancias cuentan, basta con pensar en el tipo de vida que hemos vivido a través de nuestras decisiones: ¿Exceso o moderación?, ¿sedentarismo o actividad?, ¿constancia o inconstancia?, ¿corrupción u honestidad? ¿esfuerzo o flaqueza?, ¿ahorro o derroche?, ¿riesgo o prudencia? ¿amar u odiar? ¿A dónde nos han traído tales decisiones? Justo a donde estamos, que es hacia donde éstas nos dirigían. ¿Casualidad? NO. Causalidad.
Claramente yo no estaría en el mismo lugar (y probablemente no sería lo que hoy soy) si hubiera tomado otras decisiones. Si no me hubiera casado, o si me hubiera separado, si no hubiéramos querido (y buscado) tener hijos, si no hubiera estudiado una profesión, si hubiera elegido otra profesión, si no hubiera aceptado ese primer trabajo y, en su lugar, hubiera seguido estudiando, si no hubiera creado mi propia empresa, si la hubiera abandonado y me hubiera vuelto a emplear, si hubiera ido a vivir a otro país. Pero todas estas fueron mis decisiones, yo las tomé, nadie lo hizo por mí y lo hice libremente. Soy yo la causa. Y tales decisiones me llevaron por un camino determinado y hoy vivo con las consecuencias de ello (las buenas y las malas).
Por ello, las decisiones que tomamos hoy, especialmente en relación con nosotros mismos, se convierten en regalos, o cargas, para nuestro futuro YO. Y no podremos evadirlas. Inevitablemente tendremos que convivir con las consecuencias.
Por eso es por lo que hoy le digo a mis hijos: Elije bien, piensa en donde quieres estar y cómo te quieres sentir con lo que hayas hecho.
Lo bueno es que no es tarde para empezar a tomar buenas decisiones, no es tarde para corregir el rumbo (si uno cree estar en el rumbo equivocado o no se siente bien con su vida). Y aunque aún tengamos que vivir con las consecuencias del pasado, empezaremos a construir mejores consecuencias para nuestro futuro. Depende de nosotros, no de las circunstancias, aunque claramente las circunstancias cuentan.