Por German Serrano, profesor de Dirección de Personas en las Organizaciones de INALDE Business School.
¡No hay mal que por bien no venga! Cuántas veces lo hemos escuchado y repetido. Y sí, es verdad. Todo es para bien cuando se tiene una mirada optimista de la vida y del mundo; cuando nos empeñamos en que todos los sucesos, por difíciles y dramáticos que parezcan, siempre tienen su lado bueno; cuando nos decidimos a vivir en positivo. Aquello tan trillado de “ver el vaso medio lleno”. Pues ha llegado el momento de vivirlo en presente, hoy y ahora; es necesario limpiar el cristal de nuestra mirada, ese cristal que estaba empañado por cuenta de la cara oscura que a diario nos muestran los medios de comunicación. Si bien lo que cuentan es verdad, la realidad es mucho más amplia y maravillosa. Si limpiamos ese cristal, podremos obtener la mirada 2020.
No hay mal que por bien no venga. Nunca nos imaginamos una situación como la que vive el mundo actualmente y, por dura que parezca, podremos sacar de ella muchos frutos: la convivencia familiar, la organización del trabajo, los canales de comunicación, las relaciones de amistad, el ocio inteligente, y tantas cosas más que podemos mejorar. Es una oportunidad para repensar nuestra vida, para revisar las prioridades y, sobre todo, para “crecer para adentro”, es decir, para ganar en riqueza interior. El ritmo de vida que nos ha impuesto la sociedad actual no da tiempo para pensar. Nos acostumbramos a transitar por la vida a un ritmo frenético sin siquiera ser conscientes de nuestro destino; no sabemos para dónde vamos, ¡pero vamos! y nos quedamos tan tranquilos.
Paren el mundo que me quiero bajar
Quién lo iba a pensar; esta célebre frase que inmortalizó Quino en boca de Mafalda y que quizá hemos repetido tantas veces ante el asedio de esa vertiginosa realidad que nos asfixia por momentos, se ha hecho realidad. Por fin, el mundo se está parando; la economía se apaga ante nuestra mirada impotente; estamos aterrados, no salimos del asombro. Pero es la realidad y no tenemos más remedio que enfrentarla con serenidad, inteligencia, fortaleza y buen juicio. Pero, sobre todo, con magnanimidad y esperanza. No cabe duda de que estamos ante un momento histórico de la humanidad que reclama un cambio de rumbo; un gran desafío que exige, de cada uno de nosotros, sacar lo mejor de sí para acometer esa noble y urgente tarea.
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Ha llegado la hora de los líderes, pero no de esos que quieren sobresalir y se deleitan con las mieles del poder; aquellos que se valen de su posición de privilegio para sacar provecho y favorecer sus intereses personales. En las condiciones actuales, esos ya han sucumbido. Es la hora del liderazgo auténtico, el de aquellos que son capaces de anteponer el interés de los demás a su propio interés; aquellos que, silenciosamente, se deciden a poner todo su talento y energía al servicio de la organización; aquellos que con sus acciones generan un efecto transformador en la sociedad. El mundo necesita de personas con alma grande, dispuestas a luchar por altos ideales que nos ayuden a recobrar la esperanza en un futuro mejor.
Magnanimidad y esperanza
Ese liderazgo auténtico al que nos referimos requiere de unas determinadas cualidades humanas o virtudes; aquellos hábitos de comportamiento que nos impulsan a la excelencia personal con el concurso de la inteligencia, la voluntad y el corazón (Havard, 2019). La magnanimidad es, particularmente, una virtud esencial para el ejercicio del liderazgo, que invita a soñar en grande, a luchar por ideales valiosos, que desafía la mente y el corazón de la persona para que libere todo su potencial; una virtud que, como señala Havard, más que a emprender, anima al líder a enfrentar los retos y a conquistar su propia dignidad.
La esperanza humana, por su parte, es la virtud que infunde confianza en la conquista de los ideales con los que soñamos. Quien no espera vencer ya está vencido, enseña la sabiduría popular; sin esperanza es muy difícil vivir e imposible vencer. De ahí su relevancia en el ejercicio del liderazgo. Magnanimidad y esperanza constituyen un binomio inseparable y necesario en las grandes batallas; más aún, de acuerdo con Havard, la magnanimidad constituye “la forma más elevada de esperanza”. En los momentos actuales es preciso activar la esperanza, ser capaces de soñar con un futuro mejor, echando mano de la grandeza que proporcionan la virtud y la excelencia humana. Magnanimidad y esperanza son, pues, el fundamento del liderazgo para vencer en la crisis actual.
Tiempo para la reflexión
Más allá de las acciones que se deben emprender, conviene reflexionar para intentar descifrar “los signos de los tiempos”; expresión que hace referencia a los acontecimientos que en el transcurrir de la historia, rompen con la cotidianidad de la vida y las costumbres de los pueblos. No hace falta un dechado de sensatez para reconocer que asistimos a un proceso histórico que nos cambió la vida; las cosas no volverán a ser como antes. Ni los sistemas de trabajo, ni las comunicaciones, ni las formas de relacionamiento, ni la movilidad; y ni qué decir de la educación y de las relaciones familiares. Todo será diferente, pero, si lo miramos con esperanza y optimismo, las cosas cambiarán para bien: omnia in bonum. Depende de nosotros mismos.
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Ahora nos corresponde derribar esa idea de que “todo tiempo pasado fue mejor”; no será así si nos empeñamos en construir un mundo mejor, un mundo más humano donde quepan todos, sin ningún tipo de discriminación; un mundo en el que haya igualdad de oportunidades para todos, en el que la solidaridad y el respeto por la dignidad de las personas sea una constante. No se entiendan estas palabras como una oda al buenismo de la sociedad; me refiero al mundo de la empresa, en el que prevalezcan las buenas prácticas empresariales; me refiero a la integridad de los empresarios y directivos; al compromiso con la formación de los colaboradores; a la justica que busca no solo dar a cada uno lo que es suyo sino también exigir a cada uno todo lo que es capaz.
Sí, es tiempo de reflexión. Si queremos un mundo mejor tenemos que ser capaces de imaginarlo; no se puede construir algo que antes no se ha imaginado. Y para imaginarlo, hace falta pensar, exprimir las neuronas, aunque duela la cabeza. Séneca decía que una vida sin pensar no merece ser vivida; y Aristóteles afirmaba que la reflexión necesita ocio. Estamos en el momento oportuno; este tiempo de cuarentena nos ha obligado a parar un poco. Aprovechemos para bucear en nuestro interior, para encontrarnos con nosotros mismos y establecer aquellas cosas que de verdad importan; para repensar nuestras prioridades; para imaginar ese futuro mejor que anhelamos, un futuro que tal vez exija un cambio de actitud, una forma diferente de enfrentar los problemas, corregir el rumbo y reconducir nuestras relaciones; en fin, un mundo que haga posible transitar por el camino que conduce a nuestra realización plena, el camino de la felicidad.
Bibliografía: Havard, A. (2019) Creados para la grandeza, Eunsa, Pamplona