Más allá de las multitudes, colas y los fieles que hicieron un sacrificio para estar presentes, así fuera de lejos, durante la visita del Papa a Colombia hubo muchas personas que pasaron desapercibidas y que merecieron el mismo o mayor homenaje hecho al sumo pontífice. Este es un análisis de Ciro Gómez Ardila, director académico de INALDE Business School, sobre el cristianismo y la llegada del Papa a Colombia.
Una cosa sorprendente del cristianismo es la valoración que hace de las personas. Eso lo comprendí un día que me di cuenta de que en tiempos del emperador Augusto, tan importante que un mes lleva su nombre, amo y señor del mayor imperio de su época, rodeado de ejércitos y riquezas, tiempos en los había personas como Séneca, considerado el máximo representante del estoicismo o Herón de Alejandría, quizás uno de los mayores inventores del mundo antiguo, en ese justo momento la persona más importante del mundo no era ninguno de ellos, sino una jovencita pobre que vivía en una de las provincias lejanas de Roma, que no escribió nada, ni inventó nada, ni destacaba por algún título nobiliario y que si la hubiéramos visto montada en un burro o llevando agua no nos hubiera causado mayor impresión, ni siquiera su nombre, María.
El cristianismo nos indica que muchas de las cosas que valoramos no son realmente tan valiosas como creemos. Es muy posible que en un aula la persona más importante no sea el profesor, por sabio que sea, ni los alumnos brillantes del salón: puede ser perfectamente un estudiante tímido de regulares notas. Es muy posible que la persona que merezca mayor respeto o admiración no sea la ganadora de un premio internacional, o la autora de alguna gran obra de arte, sino, quizá, su ayudante, su sirviente, su hermano. Es muy posible que la persona más meritoria o más heroica no sea la condecorada, sino la que murió en silencio, sin aspavientos ni ceremonias.
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Es probable que el título de Papa nos impida ver al padre Bergoglio que caminaba relativamente desapercibido por los suburbios de Buenos Aires, como también lo es que la más valiosa etapa de nuestra vida no haya sido aquella en la que logramos, finalmente, aquel alto salario, o aquel puesto de mando, o aquel reconocimiento, sino mucho antes o mucho después. Tal vez lo más valioso que hagamos en esta vida pase desapercibido para los demás e incluso para nosotros mismos.
El cristianismo nos enseña que, en medio de la Misa del Papa, es posible que la persona más importante de todo el evento esté justamente a nuestro lado. Cuán profundamente nos equivocamos al juzgar a los demás y a nuestros éxitos.
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