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¿Estandeflación? Una posibilidad en ciernes

Dirección de Empresas
24/04/2020

Por Álvaro Moreno, profesor de Dirección General de INALDE.

 

Estandeflación, sí, leyó bien. ¿No encuentra la palabra en el diccionario? ¿Ni siquiera la encuentra en Google? Así es. La palabra no existe, pero la posibilidad de lo que significaría sí, y está en aumento. No existe porque nunca en la historia hemos llegado a una situación así, es decir, a una coyuntura económica en la cual se diera un decrecimiento económico acompañado de una tasa de inflación negativa.

Es relevante, entonces, preguntarse qué implicaciones tendría dicha situación para un país como Colombia. En breve, podríamos denominarlo una catástrofe, llamarlo crisis sería muy benévolo.

En las siguientes líneas trataremos de entender dicha catástrofe, sus causas y consecuencias y qué tan probable es que lleguemos a un escenario de ese tipo o con qué tanta suerte deberíamos contar para aterrizar en el terreno de una crisis económica de la que al menos tengamos alguna referencia en el pasado, por ejemplo, una estanflación como la vivida en buena parte del mundo desarrollado a la salida de la Segunda Guerra Mundial.

Pero vamos por partes, abordemos los dos fenómenos por separado, decrecimiento e inflación negativa, y veamos qué tan factible es que durante este 2020 cada uno se dé por separado, e indaguemos si ambos podrían darse simultáneamente, en Colombia y en el mundo.

Por el lado del crecimiento económico, si hace tan solo un par de semanas había quienes todavía se atrevían a pronosticar un crecimiento positivo de nuestra economía durante este año, en este momento todas las voces en ese sentido están prácticamente silenciadas.

Por ejemplo, Fedesarrollo pasó de estimar un crecimiento de la economía colombiana para 2020 de entre 0,4% y 2,3% a finales de marzo a una nueva estimación de entre -2,7% y -7,9% tan solo tres semanas después. Léase bien, en el mejor de los casos la economía del país decrecería 2,7%.

Este último dato no lejos de las más recientes proyecciones del Fondo Monetario Internacional (FMI), entidad que estima que la economía colombiana decrecería este año 2,4% (la mejor tasa de ‘crecimiento’ de la región latinoamericana, que para 2020 el FMI estima que sería de -5%).

La Cepal, por nombrar tan solo una autoridad más en materia económica, anunció el pasado 21 de abril sus proyecciones de lo que sería el peor crecimiento económico de la región latinoamericana en su historia, con un -5,3% para el total de la región y, según las cuales, Colombia nuevamente sería uno de los menos afectados con un decrecimiento de 2,6%.

En conclusión, aunque estamos lejos de entender las implicaciones económicas de la crisis actual, a finales de abril ninguno de los organismos económicos que más riguroso seguimiento de la economía realizan proyectan a Colombia en terreno positivo en este indicador, ni a ningún otro país de la región latinoamericana, ni del mundo entero para tal efecto. Es decir, no cabe duda de que la economía se contraerá y muy posiblemente de manera contundente.

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Por el otro lado, el de la inflación, aunque nos adentramos en un terreno más especulativo y los pronósticos no están a la orden del día, es el aspecto donde las condiciones que finalmente se materialicen nos pondrán en un contexto económico inédito en nuestro registro económico local.

Medir la inflación es un trabajo tedioso. El DANE realiza encuestas periódicas para identificar una canasta de bienes y servicios que representa los hábitos de gasto de un hogar ‘típico’.

Con base en la información recopilada, se mide cuánto ha cambiado con el tiempo el precio de cada artículo, desde el alquiler de inmuebles y la compra de alimentos, hasta servicios de peluquería y entradas a cine. Luego se calcula cuánto ha aumentado o disminuido el costo de dicha canasta, ponderando la participación de cada artículo en el gasto total, para estimar el cambio general en el nivel de precios de la economía, es decir, la tasa de inflación. Este cálculo es fundamental para la toma de decisiones de tipo tributario, para proyectar el gasto público, para actualizar los cálculos de pensiones y, en Colombia, el principal mandato del Banco de la República es controlar las variables a su cargo para lograr que se dé una inflación meta que se fija como su objetivo de política monetaria.

Algunas de las numerosas ayudas económicas que el Gobierno ha puesto en marcha para contrarrestar los efectos económicos de las medidas de aislamiento obligatorio implementadas para aplanar la curva de contagios de Covid-19, tales como el no pago de peajes, la prórroga en el pago de impuestos, la exención en el pago de cargas parafiscales, los acuerdos de pago entre arrendadores y arrendatarios y el congelamiento de los cánones de arrendamiento, entre otras, aunado a que el gasto de las personas ha cambiado dramáticamente, por ejemplo, con la pronunciada caída de gastos en  tiquetes aéreos, hoteles, bares y restaurantes y otras actividades recreativas y culturales, además de las compras de bienes durable como vehículos, vienen desequilibrando este proceso.

A lo anterior habrá que incluir los efectos que en el mediano plazo tendrá el abaratamiento del petróleo y sus derivados que acarrea la menor demanda por combustible a nivel global y que ha llevado los precios del petróleo a mínimos históricos en días recientes.

Sin duda, otras medidas de estímulo fiscal y monetario, de la mano de una mayor proporción del gasto de los hogares que se destina hoy a la compra de alimentos y al entretenimiento en línea, podrían llevar a que estas dos fuerzas tiendan a equilibrarse, pero las magnitudes pueden ser diametralmente diferentes.

Con las restricciones vigentes, los hábitos de gasto han cambiado notablemente y es preocupante que haya persistencia de estos cambios en el tiempo. Peor aún, en el futuro inmediato será difícil obtener datos sobre cómo se están dando estos cambios.

La cuarentena hace que la recopilación de datos sea más complicada en la medida en que los encuestadores no pueden movilizarse fácilmente y, sobre todo, debido a que los datos se recopilan en buena medida en establecimientos de comercio que se encuentran paralizados con excepción de aquellos de venta de alimentos y medicinas.

De nuevo, la principal fuente de incertidumbre hoy es qué pasará con los precios y los gastos una vez se retiren las restricciones de manera paulatina, y si es que no regresan periodos de cuarentena altamente restrictiva como la actual. Mucha gente tendrá temor a frecuentar restaurantes, bares, estadios y otros lugares de alta afluencia de personas. Además, muchos ciudadanos habrán perdido poder adquisitivo por cuenta de los despidos y cierres de actividad comercial naturales de la crisis. Así, es altamente probable que los comerciantes de numerosos sectores cobren precios más bajos tras su reapertura, generando expectativas de menores precios a futuro entre los consumidores, lo que reduciría inevitablemente la tasa de inflación.

Aunque es poco probable que los patrones de gasto del confinamiento sean permanentes, no hay garantía de que los hogares vuelvan a sus viejos hábitos una vez se superen los riesgos para la salud propios de la pandemia.

Así las cosas, la probabilidad de que nuestra segunda parte de la novedosa palabra se dé es bastante alta, con lo cual la estandeflación es una realidad en ciernes para la cual no tenemos recetas probadas. La única referencia internacional de una situación de este tipo se dio en Estados Unidos durante la Gran Depresión, pero las medidas adoptadas en dicho país en aquella época no fueron los más adecuados vistos en retrospectiva.

Por lo tanto, los posibles efectos de una situación de este tipo son muy preocupantes. En Colombia hemos vivido épocas de contracción económica, por fortuna no tantas como otros países de la región, pero con consecuencias funestas para muchos, basta pensar en el amargo recuerdo que la crisis de finales del siglo pasado dejó impregnado en quienes tenían deudas atadas al UPAC, cuando el decrecimiento de la economía alcanzó 4,2%.

Sin embargo, la inflación de esa época fue del orden de 9,2%, con lo cual se dio una coyuntura de estanflación, pero tal situación es bastante más llevadera que una estandeflación, y tanto economistas como los responsables de la implementar políticas públicas tienen más experiencia sobrellevando ese tipo de situaciones.

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La inflación, en últimas, es un indicador de que una economía se encuentra en una senda saludable, no así la hiperinflación. Una tasa moderada de inflación promueve el crecimiento de la economía pues a pesar de que la inflación encarece las cosas, una tasa de inflación moderada ayuda a que la economía crezca porque se incrementan los salarios, mejora el nivel de empleo y en definitiva pone más dinero en el bolsillo de la gente del común, lo que eventualmente lleva a que se compren más bienes y servicios, manteniendo la economía saludable.

Pero una inflación negativa produce los efectos contrarios, lleva a que las personas acumulen dinero en lugar de gastarlo debido a las expectativas de que los precios caerán aún más, alimentando a su paso el desempleo y otras causas fundamentales de una recesión que sin duda estaría en curso.

Esto sería catastrófico, estaríamos ante una implosión de la economía. ¿Cómo evitarlo? De nuevo, no tenemos mucha experiencia en este campo, por tanto, las respuestas tendrán que ser poco ortodoxas.

Por ahora las repercusiones económicas del aislamiento obligatorio en el país han llevado a que se implementen estímulos fiscales principalmente, con enormes repercusiones en las perspectivas de endeudamiento público del país de cara al futuro.

Pero, el Banco de la República ha sido muy cauteloso y tímido en el empleo de sus herramientas de política monetaria y todavía parece no ver señales de que deban emplearse de forma más contundente y audaz. Con el paso de los días se evidenciará que a la par con los estímulos fiscales, los estímulos monetarios tendrán que ser grandes, muy grandes.