Gustavo Mas
PADE 2013
Sobre los distintos tipos de conversaciones, en particular las que llamo “conversaciones esenciales”. Lo que cada una pone en juego. Las emociones que emergen. Los riesgos y las posibilidades. Las distinciones que marcan la diferencia. En esta décima y última entrega las conversaciones contigo mismo.
Lo que decimos es una pequeña fracción de lo que pensamos. Permanentemente, nuestra mente se llena de pensamientos, suposiciones, hipótesis, juicios, interpretaciones y análisis de contingencias.
Varias de estas reflexiones son automáticas, fluyen sin que nos lo propongamos, y muchas son negativas. A veces decidimos no poner nuestras ideas sobre la mesa por prudencia o por temor.
Cuando la brecha entre lo que decimos y lo que pensamos se amplía, ingresamos en un espacio de riesgo que es el de la pérdida de la identidad y la posibilidad de comprometer la calidad de la relación a futuro.
La distracción es otra posible consecuencia, generando una abstracción que podría resultar peligrosa. Otras emociones como la angustia y el estrés pueden potenciarse por los ciclos interminables del repensar. El silencio podría no ser la mejor opción.
En esta última entrega de las conversaciones esenciales, abordaremos la cuestión de las que llamo conversaciones contigo mismo. Es un tema muy amplio con lo cual pondremos foco en algunas de las aristas de lo que pensamos y que, por alguna razón, no decimos.
Diversos estudios dan cuenta de los miles de pensamientos que nos invaden a diario. Nuestra capacidad de pensar viaja a un ritmo mucho mayor que nuestra capacidad de decir. El marco lo ponen las conversaciones esenciales, las cuales que hemos desarrollado a lo largo de los anteriores nueve capítulos.
De esta forma, las conversaciones relacionadas con pedir, con agradecer, con pedir perdón y perdonar, con reconocer y hacer promesas, con decir si o decir no y cuando toca decidir, serán colocadas en el centro y la invitación es observarte a ti mismo desde el punto de vista de todo lo que trae tu mente durante su desarrollo, versus aquello que verbalizas.
Inclusive, esas conversaciones contigo mismo, pueden iniciarse mucho antes de las pláticas concretas y extenderse mucho tiempo después.
Ser más consciente de este mecanismo es el propósito de las reflexiones a seguir, junto con el de plantear algunos conceptos para que todo aquello que invade tu mente juegue a tu favor y habites con menor frecuencia el espacio del arrepentimiento.
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Lo que piensas y lo que dices.
Si te preguntara con quien conversas con mayor frecuencia ¿Cuál sería tu respuesta? Aunque te resulte sorprendente, es contigo mismo. Nuestro cerebro está todo el tiempo procesando informaciones, elaborando ideas, ponderando riesgos y posibilidades. En general lo hacemos de forma automática.
Lo más interesante es que, mientras mantenemos conversaciones con otras personas, internamente ocurre todo este proceso y podrían producirse brechas importantes entre lo que se piensa y lo que se dice. Ese flujo interno podría obstaculizar la comunicación, al hacerte perder la presencia en el citado momento.
Incorporar la distinción de que esto sucede con relativa frecuencia, de forma voluntaria o involuntariamente, es muy relevante. Entender los mecanismos y aprovecharlos es una posibilidad. Evitar quedar atrapado en ese circuito reflexivo e impactar negativamente las conversaciones es la aspiración.
Y no se trata de reprimir este funcionamiento mental, sino abrazarlo y ponerlo de nuestro lado. Cuando el espacio entre lo que piensas y lo que dices se va ampliando existen algunos riesgos que podrían materializarse. Por ejemplo, podrías callar cosas que sería importante decir, no expresar opiniones que resulten relevantes a la hora de resolver un conflicto o de crear una solución.
Al mismo tiempo, ese pensar y repensar podría encadenarte a un ciclo de ponderaciones, consideraciones y replanteos que te alejen, casi sin notarlo, de tu propia identidad.
Con el tiempo, esos espacios pueden transformarse en grietas en tu estructura de coherencia y generar que el pensar, el sentir y el hacer queden desconectados y provoquen quiebres y caídas que podrías evitar. Inclusive es posible que este proceso simplemente te distraiga del intercambio que estás teniendo, pudiendo impactar definitivamente el vínculo.
Sinceridad versus prudencia.
“Si le digo a mi esposa todo lo que pienso, todo el tiempo, ya no estaríamos juntos”, sentenció un buen amigo. En este sitio podrías colocar a tu jefe, a un par, un cliente o un proveedor de la empresa. Y es que hablar sin ningún filtro, arrojar al espacio de la relación lo primero que viene a tu cabeza, podría resultar letal para el vínculo.
Y no se trata de ir en contra de la sinceridad, criterio que es fundamental para construir y sostener nexos personales en el tiempo. El punto pasa por comprender que el espacio individual que habitas y el de la relación son distintos. Dicho esto, el callar no siempre es garantía de mantener la mejor conversación.
Tanto la sinceridad como la prudencia viven en tu propio estado y dependen de tu propio juicio de lo que sería mejor o peor. El conocimiento y el nivel de confianza son llaves que habilitan espacios. ¿Cuánto de sinceridad requiere o soporta la relación? ¿Cuánto de prudencia o arrojo requiere el momento?
Suele decirse que la prudencia es la virtud de los sabios. Sin embargo, la sinceridad, en la cual anida la verdad o la aspiración de alcanzarla, enaltece la relación y la hace, a su vez, inviable sin ella. ¿Dónde ubicarse entonces?
Por ejemplo, racionalizar como individuo que, la producción de tu propio intelecto tiene que ver contigo, con tus propias experiencias, con las distinciones que manejas y no necesariamente con la conversación común o con la otra persona, resulta ser un hito esclarecedor. Esta premisa puede orientar tus pasos al decir.
Por otro lado, suele plantearse que ser prudente es importante. Podrías combinar las dos expectativas asumiendo responsabilidad por la escucha del otro, es decir chequeando el entendimiento de lo expresado, parafraseando respuestas y combinando adecuadamente afirmaciones y opiniones e indagando por su comprensión.
Así como en una danza, la conversación hará fluir tus pensamientos y, a través de ellos, podrás enriquecer el intercambio. Acordar algunas reglas de la comunicación podría resultar importante. Podría haber un tiempo para la libre expresión, de lo que crees y sientes, del tipo tormenta de ideas.
En esta parte, todos los comentarios son válidos y no se concede la censura por posiciones divergentes. Luego puede disponerse un tiempo para el análisis, para la ponderación de los “pros y cons”. Permitirse interacciones diferenciadas posibilita alternar sinceridad y prudencia rescatando lo más valioso de cada momento.
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Decir o no decir: evita arrepentirte.
En mis sesiones de coaching aparece el tema del arrepentimiento con alguna frecuencia. “Sabía que me iba a arrepentir, pero igual le dije lo que pensaba”. “No pude evitar contradecirle dando mi opinión y eso acabó interrumpiendo el diálogo”.
“Callé, y ahora siento que no debí hacerlo”. “Me quedé bloqueado con lo que me dijo, no pude reaccionar. A pesar de que pensé en decir algo, mi silencio me condenó”.
El decir o no decir se presenta como un dilema difícil de resolver. Es una decisión que puede configurarse en segundos. En cuestión de segundos, se mezclan tus experiencias pasadas, el conjunto de valores que sostienes, los sentimientos, las posibilidades y los riesgos.
¿Cómo elegir entre dos situaciones igualmente buenas o malas, entre dos posiciones contrarias? La disyuntiva te inmoviliza. ¿Qué hacer?
Reconocer que las emociones que afloran, en especial cuando guardas silencio, te carcomen por dentro, es vital. La angustia, el estrés y el temor de llevar al otro al límite podría convertirse en un obstáculo para avanzar.
Quizás la prueba ácida que te ayude a tomar una postura madura sería preguntarte por los valores que están en juego. Amor, y amistad por ejemplo a nivel personal, confianza y reputación a nivel empresarial.
Esos valores son los que funcionan como un marco protector de los vínculos. ¡Actívalos! Mantenlos vivos y presentes ya que definen los bordes y surten el efecto de devolverte de los límites que no deseas ultrapasar, más allá de los cuales podría surgir la emoción del arrepentimiento.
Otro marco relevante podría ser el espacio que aspiras a ocupar en una relación y las conversaciones que las mismas generan, permitiendo que sea esa aspiración la que se convierta en el “fiel de la balanza” para inclinarte hacia un lado o el otro del hablar o callar.
¿Eres un simple referente o, en cambio, te planteas seriamente incidir en las cuestiones? Para ser referente, a veces alcanza con la sola presencia. Para incidir es necesario actuar.
Viene a mi recuerdo otra frase escuchada “me voy a arrepentir si lo digo, pero también me voy a arrepentir si no lo digo”. Vuelve y revisa los valores, lo que está en juego y, si vas a decirlo, hazlo con delicadeza, tal vez pidiendo perdón de antemano o aclarando que no pretendes dañar o juzgar, quedando 100% atento a la reacción del otro para prevenir desbordes, haciéndote cargo de su escucha, verificando su entendimiento y estando atento a sus intereses.
No puedes engañar a tu cuerpo.
Salvo contadas excepciones, es muy difícil no transmitir a través de tu cuerpo lo que realmente estás pensando o sintiendo. Si das un sí pensando un no, se notará. Si otorgas el perdón, pero tu herida sigue abierta, será evidente.
Si reconoces un gesto sin un verdadero sentimiento de aprecio se percibirá la falsedad. La coherencia entre lo que piensas, lo que sientes y lo que tu cuerpo manifiesta es un factor insoslayable.
ponerte a riesgo en el sentido de que te rotulen de poco creíble o de no confiable. De otro lado, cuando consigues alinear el pensar, el sentir y el hacer desde tu cuerpo, tu poder se multiplica.
Las conversaciones contigo mismo, que suceden al tiempo que dialogas con otro, pueden producir el efecto de ausencia y distracción. Ausencia sería que tu cuerpo está presente en el sitio de la acción, pero el resto de ti no.
como una sensación de vacío, como que te elevas y te vas del lugar, no estás presente, no estas consciente del momento. Distracción sería que tu atención se coloca en otras cuestiones, vuelas y te evades de la situación con otras ideas, hipótesis y posibilidades.
Las “alfombras mágicas” que hacen estar ausente o distraerse en las conversaciones tienen que ver muchas veces con los propios juicios e interpretaciones que activan tu mente transportándola lejos de lo que está sucediendo.
Tus propias experiencias y capacidades también suelen aparecer colocando filtros a lo que recibes y promoviendo pensamientos y re-pensamientos internos. Es una circularidad nefasta que agota tu energía.
Desde el cuerpo, sería posible interrumpir este ciclo para ubicarte en uno más virtuoso. Muévete, cambia de postura, pide una pausa, cambia el ritmo. Busca raciocinios que te conecten con la materia en cuestión. Levanta la mano, has un gesto. Desde tu corporalidad puedes rescatar el diálogo si te lo propones.
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Estar presente.
Estar presente y mantenerse presente es el anhelo en el entendimiento de que, esta postura, elevaría el nivel potencial de tus conversaciones, al tiempo que te permitiría ser tú mismo, con todo lo que ello conlleva en términos de realización personal y profesional.
En el otro extremo, angustia, estrés, pérdida de identidad y de coherencia son los efectos y consecuencias que podrías evitar. No es fácil, pero podría ser fundamental.
Cuando comiences a percibir que el intercambio con el otro comienza a ser difuso, que tus oídos se van cerrando y te vas alejando mental y espiritualmente del momento, reacciona, verbaliza, retorna. Probablemente, valdrá la pena el movimiento en la búsqueda de enriquecer las conversaciones esenciales.
¿Que son conversaciones esenciales?
Son aquellas que se dan en momentos importantes, en instantes de definición. Aquellas que tienen la potencialidad de cambiar, de transformar la realidad, las posibilidades y los riesgos. Pueden presentarse cubiertas de trivialidad sin embargo, podrían acabar siendo difíciles de iniciar, de sostener y de conducir hacia una conclusión efectiva.
Son conversaciones en las que nos ponemos en juego como personas, con toda nuestra humanidad, frágil y poderosa al mismo tiempo. Son intercambios en los que el diseño previo y la preparación tienen su papel, pero que a veces demandan flexibilidad y adaptación porque están cargadas de una emocionalidad que puede copar el momento.
Distinguirlas y valorizarlas en toda su potencialidad, es un ejercicio de permanente aprendizaje. Cada día presenta un sinnúmero de oportunidades para llevarlas a la práctica y crecer como personas.
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